Finalmente, tras las insistencias de los gobernantes de turno, antes Macri ahora Fernández, de sancionar una Ley que legalice el aborto, se logró el objetivo de legitimar la muerte de inocentes, con el engañoso y cobarde nombre de “interrupción voluntario del embarazo”. Sea por conveniencias políticas, sea por pedido del Fondo Monetario Internacional, antes que por razones ideológicas, se ha permitido el crimen de lesa humanidad como es cercenar y no proteger el inalienable derecho a vida con que el ser humano ha sido creado.
Pero esta Ley está lejos de acabar con el drama de las mujeres que sin desearlo quedan embarazadas. Sus vidas quedan signadas para siempre. Como tan acertadamente lo dice el manifiesto del Movimiento Comunión y Liberación de la República Argentina y que a continuación reproducimos.

Un drama que nos interpela a todos
Ante el nuevo y ya remanido debate por la llamada “ley del aborto”, ahora convertido en Ley, aparece evidente que frente al drama de la mujer que lleva un embarazo no deseado, prevaleció en muchos casos y tristemente, un nihilismo en el que la realidad dolorosa por cierto, carece de significado. Esta realidad por ser contraria a lo que queremos, ya no tiene sentido y por tanto debe ser borrada y eliminada.
Debemos decirlo presurosamente, pero lo cierto es que, frente a este profundo drama humano que vive la mujer con un embarazo no querido, ninguna alegación de antecedente normativo, ningún análisis jurídico o biológico puede o podrá dar respuesta al mismo, ya que lo que está verdaderamente en juego es el deseo de plenitud en el vivir la vida.
En el debate, lo que estuvo en discusión no es tan solo la vida de la mujer embarazada y del niño por nacer, sino, si la vida y sus circunstancias pueden tener un significado por el que valga la pena vivirlas. Frente a ello, todos -quienes están a favor y en contra de la ley- debemos hacer las cuentas.
Nuestro modo de mirar y abordar el drama del aborto y la “solución” que damos al mismo, desnuda nuestra mirada sobre el normal vivir. El sufrimiento y el dolor -propios o ajenos- nos abren a una experiencia que es universal y para todos: la exigencia de significado. Este drama hace emerger ciertas preguntas: “¿Por qué sufro? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? ¿Qué sentido tiene vivir así? ¿Vale la pena seguir viviendo?”.
Sin una mirada afectuosa a estas preguntas, la razón se extravía, se vuelve incapaz de estar frente al drama que ellas suponen, achicando así el horizonte vital a meras imágenes, siempre medidas reducidas de lo real.

Es por ello que, conscientes de la profundidad de estas preguntas y frente al hecho de un embarazo no deseado, la eliminación del otro no puede ser la solución al drama que se vive -es más, generalmente lo agiganta-, puesto que de lo que se trata es de encontrar el significado de las cosas que nos suceden y ninguna eliminación de circunstancia, por difícil o dolorosa que sea, podrá otorgarlo.
¿Pero qué hace posible poder mirar y vivir así, sin censurar nada de nuestra humanidad? Un lugar, una compañía existencial, donde yo sea mirado verdaderamente por lo que soy, donde mi humanidad sea siempre despertada.
¿Podrá ser justa esta ley que no tiene en cuenta todos estos factores?
Ciertamente, no. Por ello, sin éxito, hemos exhortado a los legisladores a no aprobar la legalización del aborto, sino que, por el contrario, los invitamos a adoptar todas las medidas necesarias para acompañar a la mujer embarazada y proteger a toda vida humana desde su misma concepción. Esta tarea, no es sólo de los legisladores y del estado, ya que este drama humano también nos interpela a todos, en cómo estamos disponibles a ponernos al hombro las penas y dolores de los demás y en cómo nos sorprendemos afrontando la vida.